Un colibrí llega a mi azotea chilangay de repente todo me parece posible, aunque improbable: flores donde no hay colores sino cemento, metrópolis construida sobre metrópolis, metrópolis suspendida sobre lago, nervios tensos esperando tremores, craneos esperando volcanes, en fin todo, al final, todo finalmente.
Entonces colíbrí, ¿así? ¿Pero cómo? Esta ciudad es cemento oxidado, ciudad suspendida entre viaductos y periféricos, aviones internacionales y humo humano ahorcador, colibrí júrame que vives así.
He oido lo que dicen de ti. Que eres el alma de los guerreros aztecas que fallaron en batalla, que eres el alma de las madres perdidas en el parto, eso dicen, pero nunca les di la razón,
porque de ser así colibrí, esta ciudad estaría llena de ti: viento vibrante, lleno del llanto de tus alas, nubes negrillas resplandecientes con tus plumas, mujeres acaso madres, muertas, chupaflores en cada florero, zumbeando como moscas crecidas. Por cada mexica muerto en el hecho de hacer ciudad, un chupamirto aletea por un lecho de urbanidad: cada mestizo urbano aplastado en el choque de dos mundos, cada borracho azteca aplastado por el metro, colibris viviendo en los tuneles como murciélagos.
Pero hoy te vi, colibrí, llegaste a mi azotea entre el alambre viejo y caca de gato aun más vieja, tú llegaste, y ya no tengo recurso, tengo que creer
que en esta ciudad hay un sinfín de colibrís escondidos, viviendo clandestinos en viveros, vivaces, devorando el mercado de Jamaica por las noches, atracando el azúcar, ratas de dos alas, borrachos perdidos por las aguas frescas, hambrientos, locos de horchata, no me queda de otra tengo que creer
que hay corazones latiendo mil veces por minuto, que hay alas batiendo doscientas veces por segundo, que hay vuelo esperando a las madres muertas, que hay un cielo heredado por aztecas asesinados, así, tengo que creer
que aún hay colibrís en la Cd. de México, DFectuoso ombligo donde todo es posible, pero la vida no es segura, y tengo que creer que un día de estos nuestras alas batirán este humo.
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